Luz artificial, mosquitos y enfermedades

Es 16 de abril y acabo de salir al patio a regar la plantas. Antes tenía puesto un cuenco a las macetas para que les quedara agua y fueran absorbiéndola poco a poco. Pero después de sufrir el año pasado (y ya bien entrado el otoño) al mosquito tigre en mis carnes, ni se me ocurre facilitarles su medio de cría. El mosquito autóctono, más grande y fácil de ver, te pica una vez y se queda saciado; el dichoso mosquito tigre te pica con gula y ensañamiento, y aun pillándolo en pleno banquete es difícil hacerlo caer de un palmetazo. Y lo peor es la reacción que genera su saliva. Nos vamos a tener que acostumbrar a estos molestos invasores, y a que estén más tiempo con nosotros. Nuestras condiciones climáticas son cada vez más favorables para su ciclo vital. 

Como en los últimos años, no tardarán en aparecer las noticias sobre casos de fiebre del Nilo Occidental, enfermedad producida por un virus que se transmite por la picadura de unos mosquitos que cada año viven mejor entre nosotros. En el ciclo de este virus participan caballos y aves, y de ellos salta a los humanos picadura mediante. Que mosquitos y enfermedades van de la mano ya lo saben muy bien en latitudes más bajas, pero aquí no estamos acostumbrados a tomar medidas preventivas contra la proliferación del mosquito que vayan más allá del uso de insecticidas, como las destinadas a controlar los factores que favorecen su reproducción, sobre todo la presencia de masas de agua. De lo que no se habla tanto es sobre nuestra querida iluminación exterior nocturna, emitida con pasión y derroche, y su papel en la proliferación de mosquitos y en la transmisión de enfermedades como la fiebre del Nilo Occidental. 

En el caso del mosquito común (también vector de numerosas enfermedades), las hembras sobreviven al invierno en un estado que se llama de diapausa. Este periodo de inactividad está regulado por un reloj circadiano que, como en nuestro caso, depende de los ciclos de luz y oscuridad. Los cambios en la duración de estos ciclos es lo que informa al mosquito de la estación, y de si ya ha llegado el momento de activarse y comenzar su ciclo reproductivo. Un estudio reciente ha llegado a la conclusión de que la luz artificial nocturna puede interrumpir prematuramente la diapausa del mosquito y -si encuentra las condiciones favorables- prolongar (o iniciar antes) la temporada de picaduras. Puede ocurrir que no superen el invierno y a largo plazo disminuya su población, pero teniendo en cuenta que los años son cada vez más cálidos, podría suceder lo contrario: más mosquitos y durante más tiempo. 

Hablemos ahora del gorrión, el ave urbana por antonomasia, que en los últimos años ha visto sus poblaciones menguadas. Ruido, contaminación, mala alimentación, estrés... la vida del gorrión de ciudad es dura y su sistema inmunológico se ve cada vez más debilitado. También sufren la excesiva y blanca luz nocturna, que le produce alteraciones fisiológicas y afecta a sus ciclos circadianos. Se han vuelto así más susceptibles a enfermedades, y cuando les pica un mosquito portador del virus del Nilo Occidental lo tienen en su cuerpo durante más tiempo. Así, aumentan las probabilidades de que el mismo mosquito que pica a un gorrión infectado nos pique a nosotros, y nos transmita la enfermedad. Un estudio ha estimado que la contaminación lumínica (factor decisivo en el debilitamiento del sistema inmunitario del gorrión) aumenta un 41% las posibilidades de transmisión del virus. 

Por tanto, cumplir los sagrados mandamientos para el alumbrado nocturno es también una cuestión de salud pública: iluminar sólo donde sea necesario, cuando sea necesario y con la intensidad estrictamente necesaria. 

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